Profesional o bandido, es difícil entender la vida de los pueblos sin esta figura tan reconocida, y sospechosamente parcialmente tolerada, en la posguerra.
El Estraperlista
Traperlista, contrabandista
Oficios
Oficios de subsistencia
Marzo 2014 / ECM.
El Estraperlista
Traperlista, contrabandista
Oficios
Oficios de subsistencia
Marzo 2014 / ECM.
Huércal de Almería.
Comarca del Bajo Andarax.
Huércal de Almería.
Comarca del Bajo Andarax.
Vecinos de la localidad
El estraperlo a pequeña escala durante la posguerra española, fue un recurso de subsistencia para gran parte los habitantes del Bajo Andarax. El ferrocarril fue uno de los medios utilizados para su práctica y nuestros informantes aún recuerdan muchas de esas “historias del tren”. La gente se las ingeniaba como podía para salir adelante, por eso iban del Valle a la capital para vender productos agrícolas como huevos, pan, aceite, legumbres, etc, mientras que de la urbe traían algunos artículos “de lujo” como café, azúcar... Pero como todo el tráfico de mercancías debía estar regulado y pasar obligatoriamente por manos oficiales, -pagando las tasas municipales establecidas por el derecho de compra-venta en unas casetas de cobro ubicadas a la entrada de los núcleos de población y conocidas como fielatos-, existían diversas artimañas para burlar la ley. Una de ellas consistía en “estraperlar por las ventanillas del tren”, es decir, que el estraperlista se ponía de acuerdo con algún familiar o amigo para que éste saliese al encuentro del tren antes de su llegada a la estación, por lo general en alguna zona poco frecuentada, y en el lugar acordado tiraba la mercancía por la ventanilla a sabiendas de que iba a ser recogida por alguien de confianza, que posteriormente recibiría parte de lo conseguido con su venta. “En la entrada de la capital almeriense existían varios fielatos, uno instalado en el cruce de La Juaida, otro a la entrada por Aguadulce, un tercero en la Vega de Acá y el último en la antigua Venta el Andaluz”. Otro método muy utilizado para evitar pagar el fielato, era acordar la recogida de la mercancía con algunos de los estudiantes que iban a Almería, el comerciante se bajaba del tren en Benahadux, la estación anterior a la capital y esperaba en el despacho de RENFE a los muchachos. Éstos llegaban en bicicleta y cada uno cargaba la suya con más de diez kilos y echaban a correr hacia la entrada de a Almería, cuando veían el fielato y a los guardias se dispersaban cada uno por un lado a la mayor velocidad posible y aprovechando la ventaja numérica. Según los testimonios pocas veces llegaron a capturar a alguno de ellos. Al llegar a la ciudad, un pariente del comerciante les esperaba en la Rambla y les pagaba la mitad de lo que le hubiese costado la aduana, por lo que este tipo de contrabando supuso un modo de subsistencia para muchos estudiantes.
A la guerra civil española (1936-1939) le sucedió una larguísima posguerra, años de graves carencias no sólo económicas sino también sanitarias, sociales y por supuesto políticas, puesto que el régimen impuesto fue la dictadura. El intervencionismo del estado se dio a todos los niveles y muy especialmente en el sector agrícola, el cual sufrió un fuerte retroceso, los bajísimos precios pagados a los productores contrastaban con los que habían adquirido los suministros que necesitaban: semillas, abonos, etc. A todo lo cual se unió la implantación de las “cartillas de racionamiento”, un documento que regulaba la asignación que realizaba el gobierno, a través de la Comisaría General de Abastecimientos y Transportes, sobre los alimentos y bienes de primera necesidad en cantidad por persona. Ya de partida cabe decir que la cantidad de alimentos estipulada por las autoridades era a todas luces insuficiente, a lo que había que sumarle el hecho de que la mayoría de las familias no disponían del dinero suficiente para poder comprarlos. En este ambiente de penuria floreció un extenso mercado negro, conocido popularmente como estraperlo, que actuaba tanto a pequeña como a gran escala. Pero mientras que el estraperlo “al menudeo” salvó de morir de inanición a muchos españoles, el estraperlo a altos niveles a través de contactos y redes de clientelismo fue una terrible lacra que significó el enriquecimiento de unos pocos a costa de la mayoría.
En abril de 1953 comenzó el fin del racionamiento y la desaparición de las casillas de consumo o fielatos, para entonces el estraperlo era parte de la vida diaria de pueblos y ciudades.
El estraperlo a pequeña escala durante la posguerra española, fue un recurso de subsistencia para gran parte los habitantes del Bajo Andarax. El ferrocarril fue uno de los medios utilizados para su práctica y nuestros informantes aún recuerdan muchas de esas “historias del tren”. La gente se las ingeniaba como podía para salir adelante, por eso iban del Valle a la capital para vender productos agrícolas como huevos, pan, aceite, legumbres, etc, mientras que de la urbe traían algunos artículos “de lujo” como café, azúcar... Pero como todo el tráfico de mercancías debía estar regulado y pasar obligatoriamente por manos oficiales, -pagando las tasas municipales establecidas por el derecho de compra-venta en unas casetas de cobro ubicadas a la entrada de los núcleos de población y conocidas como fielatos-, existían diversas artimañas para burlar la ley. Una de ellas consistía en “estraperlar por las ventanillas del tren”, es decir, que el estraperlista se ponía de acuerdo con algún familiar o amigo para que éste saliese al encuentro del tren antes de su llegada a la estación, por lo general en alguna zona poco frecuentada, y en el lugar acordado tiraba la mercancía por la ventanilla a sabiendas de que iba a ser recogida por alguien de confianza, que posteriormente recibiría parte de lo conseguido con su venta. “En la entrada de la capital almeriense existían varios fielatos, uno instalado en el cruce de La Juaida, otro a la entrada por Aguadulce, un tercero en la Vega de Acá y el último en la antigua Venta el Andaluz”. Otro método muy utilizado para evitar pagar el fielato, era acordar la recogida de la mercancía con algunos de los estudiantes que iban a Almería, el comerciante se bajaba del tren en Benahadux, la estación anterior a la capital y esperaba en el despacho de RENFE a los muchachos. Éstos llegaban en bicicleta y cada uno cargaba la suya con más de diez kilos y echaban a correr hacia la entrada de a Almería, cuando veían el fielato y a los guardias se dispersaban cada uno por un lado a la mayor velocidad posible y aprovechando la ventaja numérica. Según los testimonios pocas veces llegaron a capturar a alguno de ellos. Al llegar a la ciudad, un pariente del comerciante les esperaba en la Rambla y les pagaba la mitad de lo que le hubiese costado la aduana, por lo que este tipo de contrabando supuso un modo de subsistencia para muchos estudiantes.
A la guerra civil española (1936-1939) le sucedió una larguísima posguerra, años de graves carencias no sólo económicas sino también sanitarias, sociales y por supuesto políticas, puesto que el régimen impuesto fue la dictadura. El intervencionismo del estado se dio a todos los niveles y muy especialmente en el sector agrícola, el cual sufrió un fuerte retroceso, los bajísimos precios pagados a los productores contrastaban con los que habían adquirido los suministros que necesitaban: semillas, abonos, etc. A todo lo cual se unió la implantación de las “cartillas de racionamiento”, un documento que regulaba la asignación que realizaba el gobierno, a través de la Comisaría General de Abastecimientos y Transportes, sobre los alimentos y bienes de primera necesidad en cantidad por persona. Ya de partida cabe decir que la cantidad de alimentos estipulada por las autoridades era a todas luces insuficiente, a lo que había que sumarle el hecho de que la mayoría de las familias no disponían del dinero suficiente para poder comprarlos. En este ambiente de penuria floreció un extenso mercado negro, conocido popularmente como estraperlo, que actuaba tanto a pequeña como a gran escala. Pero mientras que el estraperlo “al menudeo” salvó de morir de inanición a muchos españoles, el estraperlo a altos niveles a través de contactos y redes de clientelismo fue una terrible lacra que significó el enriquecimiento de unos pocos a costa de la mayoría.
En abril de 1953 comenzó el fin del racionamiento y la desaparición de las casillas de consumo o fielatos, para entonces el estraperlo era parte de la vida diaria de pueblos y ciudades.
Traperlista, contrabandista
El Estraperlista
El estraperlo a pequeña escala durante la posguerra española, fue un recurso de subsistencia para gran parte los habitantes del Bajo Andarax. El ferrocarril fue uno de los medios utilizados para su práctica y nuestros informantes aún recuerdan muchas de esas “historias del tren”. La gente se las ingeniaba como podía para salir adelante, por eso iban del Valle a la capital para vender productos agrícolas como huevos, pan, aceite, legumbres, etc, mientras que de la urbe traían algunos artículos “de lujo” como café, azúcar... Pero como todo el tráfico de mercancías debía estar regulado y pasar obligatoriamente por manos oficiales, -pagando las tasas municipales establecidas por el derecho de compra-venta en unas casetas de cobro ubicadas a la entrada de los núcleos de población y conocidas como fielatos-, existían diversas artimañas para burlar la ley. Una de ellas consistía en “estraperlar por las ventanillas del tren”, es decir, que el estraperlista se ponía de acuerdo con algún familiar o amigo para que éste saliese al encuentro del tren antes de su llegada a la estación, por lo general en alguna zona poco frecuentada, y en el lugar acordado tiraba la mercancía por la ventanilla a sabiendas de que iba a ser recogida por alguien de confianza, que posteriormente recibiría parte de lo conseguido con su venta. “En la entrada de la capital almeriense existían varios fielatos, uno instalado en el cruce de La Juaida, otro a la entrada por Aguadulce, un tercero en la Vega de Acá y el último en la antigua Venta el Andaluz”. Otro método muy utilizado para evitar pagar el fielato, era acordar la recogida de la mercancía con algunos de los estudiantes que iban a Almería, el comerciante se bajaba del tren en Benahadux, la estación anterior a la capital y esperaba en el despacho de RENFE a los muchachos. Éstos llegaban en bicicleta y cada uno cargaba la suya con más de diez kilos y echaban a correr hacia la entrada de a Almería, cuando veían el fielato y a los guardias se dispersaban cada uno por un lado a la mayor velocidad posible y aprovechando la ventaja numérica. Según los testimonios pocas veces llegaron a capturar a alguno de ellos. Al llegar a la ciudad, un pariente del comerciante les esperaba en la Rambla y les pagaba la mitad de lo que le hubiese costado la aduana, por lo que este tipo de contrabando supuso un modo de subsistencia para muchos estudiantes.
Oficios
Vecinos de la localidad
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