El trueque ha constituido una herramienta fundamental en la precaria antigua vida comercial de la gente de los pueblos. El Alcahuetero, el hombre que recorría las poblaciones cambiando algo por algo, con un escaso beneficio, animaba en aquel tiempo las calles y plazas.
Alcahuetero
Oficios
Oficios ambulantes
Marzo 2014 / ECM.
Alcahuetero
Oficios
Oficios ambulantes
Marzo 2014 / ECM.
Huércal de Almería
Comarca del Bajo Andarax.
Huércal de Almería
Comarca del Bajo Andarax.
Vecinos de la localidad
La figura del “alcahuetero” fue muy conocida y apreciada por todo el Bajo Andarax, durante la larguísima posguerra española. Se trataba por lo general de un hombre de mediana edad, que recorría los pueblos y cortijos de la zona para trocar su mercadería, siempre compuesta por género difícil de conseguir en la comarca, a cambio de utensilios y materiales más comunes. El alcahuetero no vendía sus productos, salvo excepciones, pues su modo de vida se basaba en el trueque. Entre los artículos más esperados por los niños se encontraban por ejemplo los lápices de colores y los caramelos, mientras que su cacharrería de metal eran muy del agrado de las amas de casa. Como contrapartida aceptaba suelas de goma o de cáñamo para alpargatas. Uno de nuestros informantes recuerda concretamente como “tres o cuatro suelas de goma suponían una bola de caramelo, pero si eran de cáñamo la cantidad ascendía a tres o cuatro bolas, a un palodul (raíz de regaliz) o a una caña de azúcar.
La posguerra española duró casi 40 años, durante buena parte de los cuales la gran mayoría de los españoles se vieron obligados vivir en unas condiciones deplorables, en las que escaseaba prácticamente de todo. En agosto de 1939 surgieron las cartillas de racionamiento como una manera de administrar “temporalmente” los víveres existentes, que sin embargo el gobierno franquista sostuvo hasta 1952, manteniendo de este modo a una población hambrienta como castigo a la no sumisión. Y es en este contexto en el que surgen los alcahueteros, vendedores ambulantes que conscientes de que las necesidades y bienes primarios podían ser muy variables desde las zonas rurales a las urbanas, cumplían una función de intermediación entre ambos modos de vida, llevando diferentes mercaderías de las comarcas a la capital y viceversa.
Como la mayoría de los oficios ambulantes hoy día el alcahuetero ha desaparecido, no obstante queda en el recuerdo de las gentes que los conocieron formando parte de la memoria colectiva, al respecto de una época que aunque no demasiado lejana en el tiempo sí que era referente de modos muy distintos de sentir y estar en el mundo. Según los testimonios de las vecinas de la comarca, la mayoría de los vendedores ambulantes ofrecían su trabajo a cambio de un poco de dinero o también de algo de comida, en cuyo caso las mujeres bien les hacían pasar y les sentaban a la mesa en la propia casa, o bien les preparaban un “hatico” para llevar.
La figura del “alcahuetero” fue muy conocida y apreciada por todo el Bajo Andarax, durante la larguísima posguerra española. Se trataba por lo general de un hombre de mediana edad, que recorría los pueblos y cortijos de la zona para trocar su mercadería, siempre compuesta por género difícil de conseguir en la comarca, a cambio de utensilios y materiales más comunes. El alcahuetero no vendía sus productos, salvo excepciones, pues su modo de vida se basaba en el trueque. Entre los artículos más esperados por los niños se encontraban por ejemplo los lápices de colores y los caramelos, mientras que su cacharrería de metal eran muy del agrado de las amas de casa. Como contrapartida aceptaba suelas de goma o de cáñamo para alpargatas. Uno de nuestros informantes recuerda concretamente como “tres o cuatro suelas de goma suponían una bola de caramelo, pero si eran de cáñamo la cantidad ascendía a tres o cuatro bolas, a un palodul (raíz de regaliz) o a una caña de azúcar.
La posguerra española duró casi 40 años, durante buena parte de los cuales la gran mayoría de los españoles se vieron obligados vivir en unas condiciones deplorables, en las que escaseaba prácticamente de todo. En agosto de 1939 surgieron las cartillas de racionamiento como una manera de administrar “temporalmente” los víveres existentes, que sin embargo el gobierno franquista sostuvo hasta 1952, manteniendo de este modo a una población hambrienta como castigo a la no sumisión. Y es en este contexto en el que surgen los alcahueteros, vendedores ambulantes que conscientes de que las necesidades y bienes primarios podían ser muy variables desde las zonas rurales a las urbanas, cumplían una función de intermediación entre ambos modos de vida, llevando diferentes mercaderías de las comarcas a la capital y viceversa.
Como la mayoría de los oficios ambulantes hoy día el alcahuetero ha desaparecido, no obstante queda en el recuerdo de las gentes que los conocieron formando parte de la memoria colectiva, al respecto de una época que aunque no demasiado lejana en el tiempo sí que era referente de modos muy distintos de sentir y estar en el mundo. Según los testimonios de las vecinas de la comarca, la mayoría de los vendedores ambulantes ofrecían su trabajo a cambio de un poco de dinero o también de algo de comida, en cuyo caso las mujeres bien les hacían pasar y les sentaban a la mesa en la propia casa, o bien les preparaban un “hatico” para llevar.
Alcahuetero
La figura del “alcahuetero” fue muy conocida y apreciada por todo el Bajo Andarax, durante la larguísima posguerra española. Se trataba por lo general de un hombre de mediana edad, que recorría los pueblos y cortijos de la zona para trocar su mercadería, siempre compuesta por género difícil de conseguir en la comarca, a cambio de utensilios y materiales más comunes. El alcahuetero no vendía sus productos, salvo excepciones, pues su modo de vida se basaba en el trueque. Entre los artículos más esperados por los niños se encontraban por ejemplo los lápices de colores y los caramelos, mientras que su cacharrería de metal eran muy del agrado de las amas de casa. Como contrapartida aceptaba suelas de goma o de cáñamo para alpargatas. Uno de nuestros informantes recuerda concretamente como “tres o cuatro suelas de goma suponían una bola de caramelo, pero si eran de cáñamo la cantidad ascendía a tres o cuatro bolas, a un palodul (raíz de regaliz) o a una caña de azúcar.
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Vecinos de la localidad
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