Aunque todos los antiguos oficios son objeto de admiración por sus conocimientos, precariedad de las condiciones en que se desarrollaban y, a pesar de ello, buenos resultados, pocos trabajos como el del lañador resultaban tan mágicos, por el su capacidad de dar nueva vida a algo tan, a priori, dado netamente por muerto, como un lebrillo roto.
El Lañero
Latero, hojalatero, lañaor
Oficios
Oficios ambulantes
Marzo 2014 / ECM.
El Lañero
Latero, hojalatero, lañaor
Oficios
Oficios ambulantes
Marzo 2014 / ECM.
Huércal de Almería.
Comarca del Bajo Andarax.
Huércal de Almería.
Comarca del Bajo Andarax.
Vecinos de la localidad
Los lañeros o lateros eran artesanos ambulantes que iban de pueblo en pueblo “lañando” platos, pucheros de barro, cántaros y lebrillos que se habían roto y arreglando utensilios metálicos como ollas, sartenes, palanganas y cubos. Según nos cuentan los vecinos de la zona el lañero era un hombre muy habilidoso, capaz de coger una lata de leche condensada, ponerles un asa y hacer un jarrillo “en un pis pas” y con tal destreza, que mientras realizaba su trabajo a su alrededor solía reunirse un pequeño grupo de espectadores. El nombre deriva de “laña”, una especie de grapa metálica, de hierro o cobre, que servía para unir las partes rotas de los cacharros de barro o loza fina (porcelana). Se hacía un taladro con una barrena o berbiquí en cada parte de la fisura y se introducía la grapa, luego ponía sobre las juntas una especie de masilla que él mismo fabricaba en el momento, el cual una vez fraguado soldaba la laña al barro impidiendo la salida del agua. Finalmente cubría las grietas con cal. El lañero solía anunciar su llegada al pueblo con un pregón: “el lañeeeeeeeero, se arreglan, lebrillos, tinajas, pucheros”. El paso previo al “apaño” era ajustar el precio, por lo que antes de comenzar solía llevarse a cabo un regateo entre el artesano y las mujeres, que terminaba en un acuerdo puesto que las reparaciones del lañero alargaban considerablemente la vida de los cacharros. A decir de nuestros informantes los objetos lañados duraban “toda la vida” y si volvían a romperse nunca lo hacían por el mismo sitio.
El oficio de lañero fue muy apreciado principalmente desde los años 40 hasta los 60 del siglo XX, coincidiendo con la primera etapa de la dictadura franquista durante la que la enorme escasez económica hacía mucho más factible “lañar” un cacharro roto que conseguir uno nuevo. Motivo por el que los utensilios que se rompían se guardaban a la espera de la llegada del lañero. Según nos narran los vecinos, se trataba de un oficio asociado a la etnia gitana, al igual que el de hojalatero o latero, que solía detentar la misma persona.
La aparición del plástico poco a poco fue dando al traste con el oficio de lañero, y en la actualidad el consumismo en el que estamos inmersos hace impensable la idea de arreglar, enmendar, reconstruir o reutilizar utensilios deteriorados, pues nos crea la necesidad de renovar aquello que se estropea o sufre daño.
Los lañeros o lateros eran artesanos ambulantes que iban de pueblo en pueblo “lañando” platos, pucheros de barro, cántaros y lebrillos que se habían roto y arreglando utensilios metálicos como ollas, sartenes, palanganas y cubos. Según nos cuentan los vecinos de la zona el lañero era un hombre muy habilidoso, capaz de coger una lata de leche condensada, ponerles un asa y hacer un jarrillo “en un pis pas” y con tal destreza, que mientras realizaba su trabajo a su alrededor solía reunirse un pequeño grupo de espectadores. El nombre deriva de “laña”, una especie de grapa metálica, de hierro o cobre, que servía para unir las partes rotas de los cacharros de barro o loza fina (porcelana). Se hacía un taladro con una barrena o berbiquí en cada parte de la fisura y se introducía la grapa, luego ponía sobre las juntas una especie de masilla que él mismo fabricaba en el momento, el cual una vez fraguado soldaba la laña al barro impidiendo la salida del agua. Finalmente cubría las grietas con cal. El lañero solía anunciar su llegada al pueblo con un pregón: “el lañeeeeeeeero, se arreglan, lebrillos, tinajas, pucheros”. El paso previo al “apaño” era ajustar el precio, por lo que antes de comenzar solía llevarse a cabo un regateo entre el artesano y las mujeres, que terminaba en un acuerdo puesto que las reparaciones del lañero alargaban considerablemente la vida de los cacharros. A decir de nuestros informantes los objetos lañados duraban “toda la vida” y si volvían a romperse nunca lo hacían por el mismo sitio.
El oficio de lañero fue muy apreciado principalmente desde los años 40 hasta los 60 del siglo XX, coincidiendo con la primera etapa de la dictadura franquista durante la que la enorme escasez económica hacía mucho más factible “lañar” un cacharro roto que conseguir uno nuevo. Motivo por el que los utensilios que se rompían se guardaban a la espera de la llegada del lañero. Según nos narran los vecinos, se trataba de un oficio asociado a la etnia gitana, al igual que el de hojalatero o latero, que solía detentar la misma persona.
La aparición del plástico poco a poco fue dando al traste con el oficio de lañero, y en la actualidad el consumismo en el que estamos inmersos hace impensable la idea de arreglar, enmendar, reconstruir o reutilizar utensilios deteriorados, pues nos crea la necesidad de renovar aquello que se estropea o sufre daño.
Latero, hojalatero, lañaor
El Lañero
Los lañeros o lateros eran artesanos ambulantes que iban de pueblo en pueblo “lañando” platos, pucheros de barro, cántaros y lebrillos que se habían roto y arreglando utensilios metálicos como ollas, sartenes, palanganas y cubos. Según nos cuentan los vecinos de la zona el lañero era un hombre muy habilidoso, capaz de coger una lata de leche condensada, ponerles un asa y hacer un jarrillo “en un pis pas” y con tal destreza, que mientras realizaba su trabajo a su alrededor solía reunirse un pequeño grupo de espectadores. El nombre deriva de “laña”, una especie de grapa metálica, de hierro o cobre, que servía para unir las partes rotas de los cacharros de barro o loza fina (porcelana). Se hacía un taladro con una barrena o berbiquí en cada parte de la fisura y se introducía la grapa, luego ponía sobre las juntas una especie de masilla que él mismo fabricaba en el momento, el cual una vez fraguado soldaba la laña al barro impidiendo la salida del agua. Finalmente cubría las grietas con cal. El lañero solía anunciar su llegada al pueblo con un pregón: “el lañeeeeeeeero, se arreglan, lebrillos, tinajas, pucheros”. El paso previo al “apaño” era ajustar el precio, por lo que antes de comenzar solía llevarse a cabo un regateo entre el artesano y las mujeres, que terminaba en un acuerdo puesto que las reparaciones del lañero alargaban considerablemente la vida de los cacharros. A decir de nuestros informantes los objetos lañados duraban “toda la vida” y si volvían a romperse nunca lo hacían por el mismo sitio.
Oficios
Vecinos de la localidad
Oficios ambulantes